miércoles, 17 de diciembre de 2008

Es difícil ser hormiga en un mundo repleto de pies gigantes.

Es difícil ser hormiga en un mundo repleto de pies gigantes. Juntar ramitas no es una tarea fácil teniendo en cuenta que para ello hay que atravesar ese enorme patio lleno de peligros. A veces el miedo no me deja moverme del hormiguero, pero no queda otra, así que junto coraje e intentando disimular mis temores salgo por la callecita que mis compañeras marcaron y voy a buscar algo para traer a casa. Y me voy temblando entre los yuyos, mirando a cada instante hacia arriba por temor a morir aplastada bajo las suelas de un zapato. Mi abuela murió así, o eso pensamos, porque nunca encontraron el cadáver. Hay muchas muertes trágicas en el mundo de las hormigas, mis bisabuelos murieron en una inundación, durante una tarde calurosa: parece que alguien a quien alguna vez mordimos tomó venganza metiendo agua con vinagre en el hormiguero y entre las muchas víctimas estuvieron ellos, que no sabían nadar. Bah, mi bisabuelo si sabía, pero en un intento desesperado por salvar a mi bisabuela, terminó pereciendo también. Y el hijo de la vecina, una hormiguita muy buena y trabajadora que mamá quería como pareja para mi, terminó condenado a pena de muerte sin juicio previo por haber picado a un humano: PLAF!, se ejecutó la sentencia y todos acá lo lloramos, pobre de mi, viuda antes de haberme casado. Por eso cada vez que me cruzo a una compañera en el camino la saludo e intento grabarme su cara, porque esa posiblemente sea la última vez que la vea y quiero recordarla. Y cada vez que vuelvo a casa con el peso de la carga balanceándose sobre mi cabeza apresuro el paso, intentando no desviarme ni un milímetro de mi ruta, porque un milímetro es mucho para una hormiga y perder el rumbo en semejante mundo puede tener consecuencias terribles para cualquiera, especialmente para alguien que si se siente tan diminuto como yo…