lunes, 17 de noviembre de 2008

Cuando la locura sube por los tobillos

Combinaba los zapatos con el color de su cabello y la cartera con las medias, pero después quería revelarse contra esa especie de perfección imperfecta exigida por el invisible manual de protocolos sociales que ella no entendía, y para demostrarlo, aunque no hiciera falta, se ponía lo primero que encontraba con los colores más dispares para completar su vestimenta. Extraña forma de revelarse, extraña forma de mostrarse extraña, extraña forma de mostrar cuanto extraña, extraña forma de pedir ayuda, porque a fin de cuentas todo se reducía a pedir ayuda, parada en ese mar de soledad en el que ella era solo una pequeña e invisible isla, y por eso posiblemente quería ser vista, porque tenía la firme convicción de que a nadie le interesaba su vacío, y se empeñaba en llamar la atención con esa especie de perfecta imperfección: los chocantes colores, a veces estridentes, gritaban por ella y por lo general con los extraños funcionaba, pero no de la forma en que ella lo necesitaba: la miraban de una forma que consideraba extraña y se sentía incomoda, sentía el frío de esos ojos helados y el único abrigo posible era ese chaleco de fuerza que los demás le regalaban y que tarde o temprano terminaría usando si no frenaba esa locura que trepaba por sus tobillos, intentando ocupar el vacío que la llenaba. Y algunos días esa locura trepaba hasta su estomago y le hacía cosquillas cuando se cruzaba en la calle a algún extraño o ante algún recién conocido y entonces a veces la locura trepaba hasta el cuello y excitaba sus cuerdas vocales y empezaba a cantar “I’ve got you under my skin, I’ve got you deep in the heart of me”, y Ella Fitzgerald se retorcía en su tumba, pero ella se sentía Ella, y a veces Nina Simone también.
Y algunas veces la locura trepaba hasta su cabeza e ideas ajenas que había adoptado como propias la invadían y entonces se cuestionaba la autenticidad de su existencia, y ella creía que era auténtica porque se revelaba, a su manera, contra lo que denominaba “el sistema”, porque la estridencia visible, que a veces llamaba la atención, la hacía diferente, o eso creía ella. 
Y a veces hablaba y de su boca salían diez, cien, mil palabras que no expresaban lo que en realidad quería decir y entonces deseaba que la ciencia avanzase lo suficiente como para crear algún aparato que permitiese leer la mente cuando uno necesita ser leído y no sabe como escribirlo con palabras. Pero la ciencia no avanzaba y necesitaba expresarse con la futilidad de ese lenguaje que siempre dejaba sus mensajes a medias, aunque la culpa no era de la herramienta sino de quienes la usan, porque la palabra amor expresa amor, pero el significado varía entre intérprete e intérprete y ahí surgía la dificultad para ella. 
Y era difícil entender o hacerse entender conociendo la subjetividad de las palabras y eso era algo que otros parecían no comprender, porque la gente normal sabe que la palabra amor supone amor, pero para ella, a quien la locura a veces le subía por los tobillos hasta rebasarle por los ojos, amor significaba muchas cosas distintas para diferentes personas y dudaba de que su amor fuese igual al de la persona con la que hablaba de amor y entonces empezaba a dudar de si misma y de los demás. Y cuando la locura descendía se permitía amar igual que el resto (o eso parecía) pero, cuando la locura subía de nuevo sin pedir permiso, acostumbrada ya a visitarla y sintiéndose como en casa, comenzaba a dudar nuevamente y se preguntaba que sentido tenía todo eso.
Y después, cuando la locura comenzaba a descender nuevamente y pasaba por su garganta, ella cantaba “I sit and I stare, I know that I'll soon go mad, In my solitude”, pero ya no era Ella sino una más: el pasado de alguien a quien en algún presente dijo amar, pero no de esa manera simple porque ella nunca entendería lo que el amor normal podría significar…

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